Editorial
En
épocas anteriores, partiendo de los 60, el gobierno realizaba obras sin
consulta alguna donde participara la ciudadanía. Ocurrían sin ningún atisbo de
confrontación.
Dentro
del marco normativo se identificaba, en el lugar de la obra, una lámina
metálica el registro de dicha actividad e incluso la sección de la CTM a la
cual pertenecía el grupo de trabajo. Así brevemente, digamos, esa era la
información emitida para el interesado o curiosos.
Está
el caso del cambio de carpeta asfáltica en la calle Lerdo. No se avisó
oportunamente. El mismo día de la actividad se repartió un volante y se pegaron
algunos. No hubo –hasta un día después- una manta donde se notificaba la obra.
Los
tiempos han cambiado, y las consultas están
en uso o en moda para conocer la opinión de los ciudadanos de determinados proyectos
y el resultado de ello es la aplicación o no. Aunque en última instancia, los
resultados no reflejaban verdaderamente el sentir de los votantes; es decir, no
fueron ni mínimamente respetados. Un caso fue el ejercicio “Aumento de la
tarifa del Metro”. No pasó a más. El resultado sorprendió a la mayoría de
usuarios del Metro; era más que indudable que su voto haya sido por el “NO”. De
ahí surgió la reacción de “Pues me salto”.
Estos
ejercicios con tintes democráticos han desgastado la credibilidad ciudadana porque
de los resultados despierta la duda y, por otro lado, dista mucho el acatamiento
de los mismos. ¿Cuántas consultas se han hecho al “Presupuesto” participativo?
Muchos dijeron: ¿dónde quedó la bolita?
Si
un gobierno local elegido por voto popular –porque se depositó la confianza y
credibilidad vía sufragio- por ende debe defender los intereses de los
ciudadanos y el mejoramiento del entorno para bienestar y sin menoscabo de la
economía y salud de quienes habitan la Ciudad de México. ¿Para qué convocar
votaciones e incluso “casi, casi” por
cualquier cosa? Parece ser que es tan solo para dar la imagen de ejercer la
democracia. Pero todo eso implica uso de recursos humanos y económicos.
El resultado de la
votación del “Corredor Cultural Chapultepec” deja un precedente en la Ciudad de
México; es decir, en los ciudadanos. Esperemos que casos como este u otros deben
resolverse en la aceptación o negación de futuros proyectos antes de darlos a
conocer –si es el caso- trabajando gobierno y ciudadanos y evitar la pantomima de
un plebiscito. Porque con esto parece ser que el equipo de logística del
gobierno local no tiene la capacidad de decisión y porque en ello entre deja
ver a quienes verdaderamente favorece.
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